Ayudar al monje a perseverar en su vocación. San Antonio el Grande, uno de los primeros monjes de Egipto, tuvo una visión en la que un ángel le indicó que no intentara rezar todo el tiempo, sino que alternara la oración con un trabajo rutinario que permitiera descansar la mente. Esta es una psicología muy buena. Los monjes realizan trabajo manual, a diferencia del trabajo intelectual, para equilibrar la mente y el cuerpo y mantenerlos sanos. Además, realizar un trabajo que requiere esfuerzo físico pero poca reflexión puede revelar al monje lo que se esconde en su psique, porque en el proceso pueden surgir muchas cosas del subconsciente por las que es necesario orar. Ayudar a la Iglesia en su labor pastoral. En tierras de misión donde hay poca o ninguna estructura pastoral, los monasterios han sido centros de evangelización extremadamente eficaces debido a su testimonio comunitario de realidades superiores, que pueden ser más importantes que la predicación de individuos. A lo largo de la historia, la Iglesia ha hecho uso de los monjes para fortalecer su fuerza pastoral, pero hay que decir que la vida monástica no está destinada principalmente a participar en el apostolado directo desarrollado después de que el impulso misionero haya dado sus frutos. Puede haber una verdadera contradicción entre la vida que se espera de los sacerdotes seculares y de las hermanas activas, por ejemplo, y la que se requiere para los monjes. Estos últimos están llamados a vivir en comunidad en un lugar, que es su hogar permanente. La Iglesia en los últimos cuarenta años ha puesto gran énfasis en la necesidad de que los monjes sean fieles a esta vocación primaria y se mantengan alertas ante cualquier exigencia externa que pueda comprometerla.